- ¿Alguna vez te conté que yo fui una famosa cantante de tango? Estuve en las mejores tanguerías siempre como primer figura en cartel. Y ni hablarte de las giras con las mejores compañias de baile del país.
- Sí, mamá. Mil veces me contaste todas esas pavadas. Dormite de una vez, por favor, que tengo que salir esta noche.
Rosa se acurrucó girando su cara hacia la pared y envolviendo su cuerpo frágil entre las sábanas. Le costaba tanto dormir ultimamente, su mente se perdía entre recuerdos que no tenía con quien compartir. Cerró los ojos apretando los párpados para forzar un sueño que no llegaba mientras veía pasar, ante ellos, su vida. Una infancia de vestidos de organza, las manos de su padre impulsando el columpio, las galletas de su mamá. La adolescencia en la escuela de señoritas donde las monjas las trataban peor que a presos; y esa noche mágica de sus 16 años cuando se hizo mujer en los brazos de Duilio, el bailarín más impactante de tango que había visto en su vida. Después vino la fuga de su casa, los gritos de sus padres, las giras cantando por todo el país, siempre entre las sábanas de ese hombre que tanto amó y que tanto la lastimó.
Después, el regreso al hogar, vencida y sin saberlo, embarazada. El encuentro arreglado por sus padres con Oscar, ese hombre mayor, amigo de su padre, que siempre la había deseado. Fue un romance corto que terminó en matrimonio apurado y que usó de tabla para salvar su honor y su tristeza. Oscar, tan bueno con todos, tan cruel con ella. Oscar, tan violento a puertas cerradas, la obligaba a quedarse en la casa, a no cantar más, a ser una mujer hecha y derecha. Crió a su hija como pudo, criatura rebelde y mal aprendida que jamás la amó. Y cuando se quiso acordar, Oscar se había muerto y su hija se había ido lejos.
Años de soledad, años de pensar en Duilio, años de melancolía. Hasta que llegaron primero los olvidos sin importancia, después los más graves, el gas corriendo, la puerta abierta.
Llamaron a su hija y le dijeron que su madre no podía vivir más sola. Melisa aprovechó la situación, su marido se había fugado con una alumna dejándola en la ruina. Sin nada que perder llevó sus cuatro trapos a la casa de su madre y se instaló. Vendió toda la platería, todas las antigüedades y se las jugó en las mesas de póker. Cuando no estaba ebria, estaba de mal humor, pero al fin y al cabo le hacía compañia a su madre.
Entre ese huracán de recuerdos por fin le llegó el sueño.
Era un sueño hermoso, en el que era otra vez una estrella del tango y brillaba. En la platea abajo del escenario estaban Duilio y Melisa esperándola para abrazarla y amarla como nunca nadie la había amado. Se dejó envolver por el sueño. Soñó, y soñó hasta que llegó el nuevo día y como era el sueño que tanto había esperado, Rosa decidió quedarse en él y ya no volver a despertar.
Sindel Avefénix
Gracias por este regalito, Leonor
Todos los textos que están expuestos en este blog son propiedad intelectual de mi persona y están registrados bajo el nombre Sindel Avefénix. Salvo menciones expresas de otros autores.