Una año más que me uno a esta fantástica convocatoria de TERESA CAMESELLE que nos invita a escribir un relato sobre zombies.
El aire olía a miedo, a sangre derramada y a final.
Mauricio estaba parado frente a la pared que oficiaba también de cornisa hacia el vacío. Ocho pisos más abajo se podía ver el caos. Algunos autos intentaban escapar del desastre que asolaba la ciudad. Casi ninguno conseguía atravesar la horda de zombies que se lanzaban sobre ellos. Algunas personas eran arrancadas del auto por las ventanillas, para luego ser comidos a dentelladas.
El tiempo se agotaba y Mauricio cavilaba en la toma de una decisión. Los golpes en la puerta que daba ingreso a la terraza lo desequilibraban. Había visto morir a demasiadas personas en esos días, comidos y cercenados. Incluso a su propia familia. No recordaba cómo había logrado escapar del edificio refugiándose en ese lugar. Igual había sido en vano, su escape había durado pocas horas. No había manera de controlar esa plaga. Nadie sabía como había sucedido el evento mediante el cuál la gente pasaba en minutos de ser humanos a ser zombies. Tal vez un virus, tal vez un error.
Volteó la cabeza y vio que la puerta estaba cediendo, por el hueco que habían logrado hacer los zombies asomaban muchas manos, con sed de carne, apuntando a su persona.
Lo que lo terminó de convencer para tomar la decisión fue ver brillando sobre uno de esos esqueléticos dedos el anillo de bodas que le había dado a su esposa años atrás.
Apoyó un pie sobre la cornisa, luego el otro. Supo que la caída lo mataría, y esa era la única manera de no sentir nada cuando fuera finalmente engullido por ellos.
Miró por última vez hacia atrás, ya estaban cerca, eran muchos y estaban a punto de tomarlo de las piernas. Cerró los ojos y saltó.
Mientras caía miles de pantallazos de su vida se iluminaban ante sus ojos.
El golpe fue tremendo. Dio contra el techo de un auto quebrándose todos los huesos.
No sentía dolor, no sentía su cuerpo, pero estaba consciente, estaba vivo.
Mientras caía miles de pantallazos de su vida se iluminaban ante sus ojos.
El golpe fue tremendo. Dio contra el techo de un auto quebrándose todos los huesos.
No sentía dolor, no sentía su cuerpo, pero estaba consciente, estaba vivo.
Y en ese estado de impotencia absoluta, de parálisis total, indefenso y aterrado, vio como los muertos vivientes se abalanzaban hacia él y le arrancaban sin piedad los miembros, la carne, y bebían su sangre hasta dejarlo sin vida.
Sindel Avefénix
Muchos más relatos en lo de: TERESA CAMESELLE
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