Mi nombre,
que fue universo y verbo,
se desdibujó en el tiempo,
letra a letra, prohibido,
como el peor veneno.
El pasado que habité
eclosionó y, disgregado,
esparció sus cenizas al viento,
bordando el aire de entierro.
La negación de mi existencia
modificó la historia,
sobrescribió el destino
con el pesimismo de la pérdida,
y maquilló las cicatrices
con la nada de la ausencia.
Se evaporó el inicio,
abortado de todo nacimiento.
Su inútil trascendencia
no tiene muerte ni extremo.
No hubo despedida ni duelo;
solo un acto de destrucción,
una sentencia concluyente
de la memoria al destierro.
Extirpadas fueron de ella
mis huellas encarnadas
sin preaviso ni anestesia,
con el filo acerado del dolor.
Ya no soy recuerdo,
ni pasado, ni presente.
Todo lo que fui
ya no lo soy.
Sindel Avefenix
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