No hay nada más estresante que las mudanzas, pero entre tanta
locura, hubo algo que me trajo una brisa fresca de recuerdos en las
recalentadas arcas de mi memoria.
En uno de los últimos cajones
que vacié, encontré una cajita verde decorada con purpurina. Adentro y envuelta
en un papel de servilleta estaba la pila de calculadora que había sido protagonista
del incidente con Nicolás.
Vivíamos en el departamento de Boedo. Era un dos ambientes
con un comedor muy chico, pero la habitación nos había permitido poner todos
los muebles que teníamos. La cama matrimonial, las mesas de luz y en un
rincón, cerca de la ventana, la cunita
de Nico que recién empezaba a caminar y se metía por todos lados abriendo
cajones, y todo lo que estuviera en su camino.
Me acuerdo que estaba muy ocupada con los preparativos para
su bautismo. Habíamos coordinado festejar su primer año
y el bautismo juntos para ahorrarnos un poco de dinero. El taxi que manejaba
Claudio era de alquiler y nos dejaba muy poca ganancia para vivir. A mí, me
habían despedido de mi trabajo hacía unos meses y estábamos apretadísimos con
todo.
Había decidido mirar todos los programas de “Utilísima” para
sacar ideas simples y hacer yo misma todo lo que fuera parte de la decoración,
y las tarjetas. Por suerte los padrinos se habían encargado de los souvenirs,
la torta y la ropa del agasajado.
Los días anteriores fueron una locura, organizar la comida,
los invitados, la Iglesia, la ropa, etc. Estaba estresadísima y Nico no paraba
de portarse mal.
El viernes, cuando faltaba solamente un día, yo estaba en el
comedor distraída terminando las guirnaldas. De golpe me di cuenta que Nico
estaba muy callado, y fuera de mi vista.
Entré rápido a la habitación y lo vi. Fue todo en un segundo, tenía en
su manito la calculadora de bolsillo, había abierto los cajones de las mesas de
luz, la tapa de la calculadora estaba en el piso, y la pila brillaba sobre su
lengua como si fuera un caramelo. ¡Grité! Le pedí que no la tragara y que
abriera la boca, pero en un acto de desafío tragó saliva y la pila no brilló
más.
Corriendo, desesperada, lo alcé
en mis brazos, tomé un taxi y lo llevé al Hospital. Le expliqué al pediatra de
Guardia lo que había pasado, pero no me creyó. Me dijo que seguramente me había
parecido verla en su boquita. Por las dudas me mandó a hacerle una placa, y me pidió
que me quedara tranquila, porque iba a salir todo bien.
Cuando vi la cara del radiólogo, supe que yo tenía razón. Me
preguntó qué era lo que se había tragado. Le conté que era una pila, y muy
nervioso salió corriendo llevándose la placa para que la viera el pediatra.
Cuando me llamaron al consultorio estaban pálidos, la pila estaba alojada en el
esófago y había que rogar que no se encapsulara, ni se reventara por efecto de los ácidos estomacales dentro del
cuerpo. Nos fuimos a casa, con una dieta estricta de coliflor con salsa blanca,
puré de calabaza, Danonino y mucho líquido. Había que esperar dos días, revisar
los pañales minuciosamente, y tener la suerte de encontrar el tesoro perdido.
Cuando llegó mi marido y le conté, me propuso suspender la
fiesta, pero después de pensarlo continuamos con todo sin decirle nada a nadie.
El sábado pasó entre la angustia de no encontrar nada en el pañal, y la
excitación de Nico por ver tanta gente que lo mimaba. El bautismo estuvo
hermoso, los padrinos se emocionaron mucho, y la fiesta salió como todos
esperábamos. Esa noche no pude dormir. Nos quedaba un día y si no pasaba nada,
tenía que volver a llevarlo para que probaran con una cirugía para extraerle la
pila ilesa.
El domingo se hizo larguísimo, cada vez que revisaba un pañal
me temblaban las manos, y se me agitaba el pulso. A la noche empecé a
prepararme para lo último que quedaba por hacer. Mi marido estaba preocupado,
trataba de animarme pero mis pensamientos eran funestos y me sentía culpable
por haberlo descuidado. Después de cenar, llevé a Nico a bañar, lo cambié y lo
dejé que jugara un rato mientras le hacía engullir un Danonino medio a la fuerza. De repente lo vi colorado
y sentí un olor insoportable que venía
en oleadas. Recién le había puesto el pañal limpio para la noche, pero me di
cuenta que lo iba a tener que cambiar otra vez. Cuando abrí el pañal, ya con la
resignación de no encontrar nada, un brillo metálico apareció entre una pasta
verde mezcla de restos de coliflor y calabaza. Nunca había visto un brillo más
hermoso que ese, lo agarré con un algodón y casi muero de felicidad cuando
confirmé que era la pila. Corrí a avisarle a mi marido, que de la emoción se
tiró el café encima y terminó quemándose la pierna. No importaba, nada
importaba. Nico estaba sano y recuperado sin necesidad de ninguna cirugía.
Tomé la pila, la limpié bien con alcohol, y la envolví en una servilleta.
La última vez que la vi, hasta hoy, fue cuando la puse en la
cajita verde decorada con purpurina. La misma que hoy tengo en mis manos, con
las que estuve embalando todo para empezar una nueva vida con mi hijo, que ya
tiene diecisiete años y, que una vez, hace muchos años se tragó una pila, la
tuvo en su cuerpo dos días y después la dejó salir.
Sindel Avefenix
Más relatos extraordinadios en lo de: Maru
Madre mía, qué tragos! Eso sí que es inolvidable pero de bueno. Final feliz, bravo por vosotros, menudos nervios, eh?
ResponderEliminarTe leía, te leía y me aceleraba en la lectura esperando que todo acabase bien.
Un beso.
Caray Sindel, mientras leía tu impecable relato, como nos tienes acostumbrados, iba rememorando situaciones en que también había tenído que ir con mis hijos, cuando eran pequeños a Urgencias de un Hospital.
ResponderEliminarAsí que me he impregnado de la zozobra, del susto, del sentimiento de culpa por no tener diez ojos por toda la cabeza... y feliz de que todo se solucionara al fin...
Tengo una cajinta blanca (de ésas de joyería que traen pendientes) con tres dientecitos de cada uno de mis dos hijos) Lo que pasa es que ya son un poco más mayores. Pepe cumplirá 40 años este verano y David 37...
Un besito grande, querida amiga.
Hola Sindel.
ResponderEliminarLa vida no me ha permitido ser madre, pero, sin duda, ver crecer una vida y llevarla a su desarrollo, y pasar hasta percances como estos, son inolvidables. es la aventura de la maternidad. Aunque, si me lo permites, yo la pila la botaba con todo y los restos de las coliflores... ido el alacrán de casa, que le pique al que le haya de picar...
Besos a ti y a tu niño
Wendy
no voy a entrar en la histroria...como a pepe, prefiero comentar el estilo,la forma, vamos...
ResponderEliminarveamos, sindel...sabes, me encanta cada vez que leo algo escrito con pulcritud, me encanta ver que aún hay gente...perdón, quiza sea mucha esta gente, no seré yo uno de ellos, que es capaz de expresarse bien, como dios manda...de lectura ágil, de lectura sencilla...buna construcción de las frases y mejor hilvanada la historia...eso es algo...cuando leas a pepe, verás que tiene una forma límpida de escribir, bien estructurada...y...me repito, es por eso, por haber comentado antes a pepe, que me he decidido a hacer el mismo tipo de comentario a ti, sindel...
medio beso...
Aun suscribiendo como propio el comentario de Gustavo sobre lo bien hilvanada que está la historia, déjame que entre en el meollo de la misma para decirte que este es el tipo de historia que te mantiene la vista fija durante toda la lectura y pidiendo que termine bien. ¡Por Dios que angustia!, y que respiro al final.
ResponderEliminarPdta. espero que la quemadura no fuera nada, jejeje
Muy bueno y bien narrado Sindel
Un abrazo
Qué historia chica, es para morir del susto. Menos mal que todo salió bien. Desde luego es una historia extraordinaria e inolvidable.
ResponderEliminarLos niños ya se sabe, si te descuidas, a la boca con todo.
MUy bien contada, me ha tenido intrigada hasta el final.
Un abrazo
Que alegría ver el brillito entre la caquita, si te encuentras un cofre del tesoro pirata buceando seguro que no te alegra tanto y es que estos niños hacen cada cosa!!!!, miles de besossssssssss
ResponderEliminarjajajaja...nunca una caca fue tan esperada como esa!, me imagino!!!....por suerte, hoy, diecisiete años después podés disfrutar de ese trofeo guardado entre purpurinas, como mereció aquella ocasión!
ResponderEliminarUna historia muy emotiva!
Abrazos.
Una historia que ahora vista desde la distancia, provoca una sonrisa comprensiva. Soy padre de cuatro hijos y me reconozco en algunos momentos como ese tan dramático que narras en tu historia. No es cuestión de descuido, no. Los niños son rapidísimos y pasan del sosiego al vértigo en décimas de segundo. Celebro que todo acabara bien y la pila acabara entre excrementos infantiles.
ResponderEliminarUn abrazo.
Los niños son tremendos. Menudo susto que os llevasteis menos mal que al final todo salió por donde debía jajaja
ResponderEliminarBesitos
No sé como aguantaste en pie todo el bautismo y la fiesta, yo creo que no hubiera podido.
ResponderEliminarY después de tener la pila en mi poder ... lo estrangulo! jajajaja, que terribleeeee!
Muy buen relato, muy bien contado además.
un beso
Mientras leía el extraordinario relato, deseaba llegar al final para que acabara mi angustia y saber que todo salía bien.
ResponderEliminarHay sustos que no se olvidan jamás, a mi me dieron mis hijos algunos que hay los tengo siempre presentes.
Un abrazo.
Ufff, que nervios he pasado con la historia. Mientras iba leyendo entraba en las escenas que contabas tan bien, y decía madre mía que acabe bien. Y menos mal, pero que susto. Yo lo pasé mal cuando mi hija se metío un garbanzo en la nariz y no había forma de sacarlo, hasta que la llevamos a urgencias. Estos niños/as....
ResponderEliminarUn abrazo.
Un relato perfecto ibas adentrandono en la historia y haciendonos sentir la desesperación de unos padre ante la espera de esa expulsion de pila, como dice Encarni los chicos son un poquito trastos, no paran, lo del garbanzo tambien lo vivimos nosotros jajaja.
ResponderEliminarUn beso con final feliz.
Amigos jueveros leo sus comentarios y me siento tan halagada, gracias por tan lindas palabras con respecto a mi forma de relatar esta historia. Fue un momento de tensión en mi vida, algo tan inesperado que creí que iba a enloquecer de ansiedad por ver un resultado positivo, y al fin llegó. Un beso enorme a todos!!!
ResponderEliminarHola Sindel, Serrat ya lo cantaba: "niño deja ya de joder con la pelota que eso no se dice que eso no se hace que eso no se toca" pero no hay quien pueda con ellos, ojo avizor para todo lo que cae en sus manos, y ma si son cositas pequeñas, a mi hija le pasó lo mismo pero con una aparato de ortodoncia, se tragó un alambre, pero tuve suerte y al final apareció entre la caquita, o sea que esta historia me ha hecho revivir aquellos momentos de angustia,
ResponderEliminarun beso
Me has traído a mente como la felicidad está donde menos sospechamos ... en este caso es tremendo, una pila que significa la salud del hijo.
ResponderEliminarBonita y tierna historia y esa felicidad tan absurda si se ve de fuera, tan inmensa para quien la vive.
Un abrazo Sindel.
He seguido paso a paso la peripecia, letra a letra.
ResponderEliminarPor suerte asistimos al final felíz de la historia de ese hijo que hoy sentirá rubor, pero de la que se salvóoooo!!!!
un abrazo y muy buen fin de semana, vecina.
Resulta dificil brillar en la escritura con temas tan cotidianos, con un contenido poco poético, pero sin embargo la calidad narrativa está en la intensidad con la te engancha y te mantiene hasta la última frase.
ResponderEliminarSutil forma de tratar el tema y de acercarnos a tu entorno más próximo.
Besos
Bueno Sindel,que terrible es el miedo que se siente cuando en unos segundos, estos " angelitos"nos descolocan la vida,son recuerdos inolvidables, y alegres cuando pasan los años y vemos al protagonista bien, y cerca de nosotr@s.Besos...Lucia.
ResponderEliminarUff, ¡que angustia leyendo el relato! La historia está tan bien contada que una se mete de lleno en el papel de esa madre. Lo mejor, sin duda, el final. A mi me pasaron cosas parecidas de pequeña, los niños, ya se sabe, damos muchos disgustos a los padres, aunque afortunadamente,en casos como este, después se puede contar la anécdotas con una sonrisa. Un beso.
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