Fotografía tomada en Puerto Madero - Buenos Aires- Argentina
La verdadera despedida es esa que viene mucho después del adiós.
Llega arrasando luego de todas las etapas que se viven inmediatas al último desencuentro, la etapa de los enojos, y esa inevitable necesidad de cubrir vacíos que nos lleva a cometer los errores más tristes y vanos.
La verdadera despedida llega cuando las arcas de la espera quedan vacías, y la palabra amor se torna blasfemia en los labios del otro, proclamándose en indiferencia. Y uno cae en la certeza de que fue olvidado, extirpado de aquel pasado que sublime se borra completamente de la memoria ajena.
Entonces viene el tiempo de limpiar la casa, juntar las cosas que quedaron y que tantas veces sacamos para sentirnos cerca del otro, la ropa que aún conserva aromas conocidos, las fotos que declaran el tiempo transcurrido, y hasta algún que otro efecto personal como ese mechón de cabello que trenzamos junto al nuestro como juramento de no separarnos del otro jamás. Metemos todo en una bolsa, y llorando a lágrima viva la dejamos lejos, tan lejos como está ahora ese ser amado de quién ya no somos nada.
Después queda limpiar los espacios virtuales, sentarnos frente al monitor con la fortaleza necesaria para seleccionar de una vez todos esos correos, todos esos mensajes, todos esos años para borrar. Primero es natural que la mano temblorosa se resista a apoyarse en el teclado, porque sabemos que esta será la última vez que leamos sus letras. La tecla suprimir es acariciada suavemente, casi esperando que se trabe, que no funcione, que no responda, y después de unos minutos el instinto de supervivencia nos impulsa a presionarla a fondo. Leemos el cartel, y vemos como ese instante infinito se traga en la nada todas las palabras dichas, todos los poemas, todas las canciones que una vez fueron nuestras.
Y en todas esas acciones de desarraigo del otro, donde se clavan las ausencias, se reabren las heridas que dejamos desangrar hasta que no quede ni una gota de dolor en nuestras venas.
Aunque sepamos que es mentira y hasta utópico pensar que se deja de amar tan solo por forzar el olvido. Que el dolor no termina nunca, se anestesia. Que más de una vez la angustia nos va a ahorcar la garganta, y todavía caerán manantiales de lágrimas, de preguntas, de recuerdos.
Pero al menos es un comienzo, la aceptación, la resignación de la pérdida y el camino hacia una larga, difícil, y definitiva despedida, que se prolongará el tiempo necesario que nos lleve transitar ese túnel oscuro por el que se camina a rastras, hasta que termina el duelo.
Sndel Avefenix