Yo era una buena persona, hasta que lo conocí.
Me deslumbró ese aire de seguridad y su pose soberbia al mirarme.
Se había mudado al departamento que lindaba con el mío. Desde ese momento toda mi humildad se convirtió en avaricia, no de cosas materiales, mi objetivo y obsesión era que me mirara, solamente a mí y nada más que a mí.
Me pasaba todo el día esperando oír sus pasos al llegar. Pegaba mi oreja a la pared para sentir su voz, y muchas veces también lo espiaba por la cerradura de su puerta.
Soñaba con poder materializar mi lujuria, poseerlo y que después nos dejáramos ganar por la pereza hasta caer dormidos de placer y saciedad.
Algunas veces me agarraban unos ataques feroces de envidia hacia su mujer, casi siempre tenía la mala suerte de encontrarlos juntos por la calle. Yo tenía que bajar la mirada ante ella para disimular la gula que me provocaba su marido, y los deseos, que enfermos, me carcomían la mente.
Pasaron los meses, y un día mágico sonó el timbre de mi casa. Observé por la mirilla que era él. Me arreglé lo más rápido que pude y le abrí la puerta invitándolo a pasar.
Sentí que me desmayaba con el aroma de su piel, con el roce de su mano en su saludo formal. Yo sabía que había venido por mí, que me iba a declarar que sentía lo mismo que yo por él. Lo sabía, así que me adelanté y me arrojé a sus brazos besando frenéticamente su boca hasta dejarlo sin aire.
Fue un instante, cuando me di cuenta yo ya estaba en el suelo del empujón que me había dado, me dijo cosas horribles, que estaba loca, que él era casado y amaba a su mujer, y que había venido solamente para entregarme una carta que por error el encargado le había dejado en su buzón.
No resistí escuchar más. Cuando estaba a punto de girar su cuerpo para salir me levanté como un resorte y con toda mi ira desatada alcé la columna de yeso que adornaba mi entrada y sin darle tiempo a nada, más que a mirarme con horror, se la partí en la cabeza.
Nunca más se levantó, pero me quedé feliz, después de todo se había muerto mirándome solamente a mí.
Pero insisto, yo era una buena persona hasta que lo conocí...
Sindel Avefenix
Más relatos pecadores en lo de: The Daily Planet Bloggers
Gracias Clark y Lois!!!
Todos los textos que están expuestos en este blog son propiedad intelectual de mi persona y están registrados bajo el nombre Sindel Avefénix. Salvo menciones expresas de otros autores.