“Fue entonces que viví el efecto luna llena. Así lo
llamé. Me sentía como si yo misma fuera una gran luna, creciendo y creciendo de
a poquito, noche a noche, para llegar a ese estado completo, absolutamente
luminoso, donde nada falta ni sobra. “ (Del libro “Diez Mujeres” de Marcela
Serrano)
AMIGAS
A Lucila el viaje le parecía
interminable. Estaba callada mirando pasar las casas y los árboles por la
ventanilla del auto. A pesar de que Jesi le había hecho prometer que no
lloraría, la congoja se le adentraba en el pecho y en cualquier momento iba a
explotar en llanto.
Eran amigas desde siempre, inseparables.
Habían transitado juntas toda la vida acompañándose en las buenas y en las
malas. A pesar de que eran dos personas
completamente diferentes, en vez de rechazarse se complementaban.
Jesi era hermosa. Tenía el cabello rubio, larguísimo y lleno de
bucles. Sus ojos verdes, luminosos, expresaban todo con solo mirarlos
y su cuerpo era armonioso. Era inteligente, siempre salía elegida como la mejor
compañera, la mejor alumna, la mejor en todo. Se había recibido de analista de
sistemas en pocos años. Tenía una personalidad simpática, amaba la vida y la
vivía a pleno sin detenerse en nada.
Cuando Jesi le dijo que le habían
confirmado el puesto que siempre había soñado en esa empresa española sintió
que la desolación se adueñaba de su alma. ¿Qué haría sin ella? ¿Cómo encararía la vida sola sin su amiga? No
quería que llegara nunca ese momento, pero tan pronto como se dio cuenta, los días
pasaron y ya estaba en ese auto yendo al aeropuerto. Le había pedido que no la
obligara a ir a despedirla, pero Jesi,
con ese poder de convicción único que tenía sobre ella, había logrado hacerla
ir.
Lucila seguía pegada a la ventanilla
tratando de no pensar, pero la melancolía se adueñó de sus pensamientos y le
trajo el recuerdo de su infancia juntas. Las tardes cuando jugaban y se
disfrazaban. Jesi siempre era el hada o la princesa, los disfraces le quedaban
pintados. En cambio a ella con su cabello oscuro y su figura desgarbada le
costaba parecer una heroína. Así que optaba por elegir un disfraz más acorde a su figura; una bruja o una
madrastra malvada.
No sabía por qué siempre le cedía los
mejores roles a Jesi. Cuando empezaron a salir en la adolescencia, Lucila la
dejaba entrar primero a todos lados para pasar desapercibida. Sentía que estar
a su lado le daba valor. Al contrario de
su amiga ella era tímida, la naturaleza no la había dotado tan bien, su
contextura regordeta no la ayudaba. Si
encontraba a algún chico que le gustara, esperaba semi escondida detrás de Jesi
hasta que él se le acercara. Nunca había tenido esa suerte, los chicos siempre
venían a hablarle a su amiga que fácilmente los conquistaba con su espléndida
sonrisa. Siempre se quedaba con las ganas.
Lejos de envidiarla la admiraba.
La llegada al aeropuerto la sacó de sus
pensamientos, bajaron las valijas que eran muchas. A Jesi le encantaba estrenar un modelo nuevo
siempre que podía y combinarlo todo. Lo que no le gustaba era compartir su
ropa, decía que cada una tenía su estilo y era mejor no mezclar.
Luego de acompañarla a hacer los trámites
previos al abordaje, fueron las dos a
tomar un café. Un silencio incómodo reinaba entre ellas. No le salían las
palabras, estaba triste. Jesi estaba demasiado excitada parecía no importarle
demasiado alejarse tanto, todo lo que decía era sobre su nueva vida, siempre
había pensado más en ella que en los otros.
Caminaron un rato por el aeropuerto y
cuando llegó la hora de la despedida Jesi la abrazó fuerte, y le dijo que jamás la olvidaría. Lucila la
tomó de las manos y le deseo lo mejor en su nuevo emprendimiento. Quedaron en
comunicarse por internet apenas pudieran.
Mientras Jesi subía la escalera para
abordar, Lucila se acercó un poco más al
cristal del mirador para ver despegar el avión, agitó su mano, y tomó un pañuelo de su cartera. Asombrada se
dio cuenta que su cara estaba seca, no había llorado. Cuando el avión ya estaba
en el aire tuvo una extraña sensación interior que jamás había tenido… Una
inesperada liberación la invadía completamente.
Recién allí sintió la humedad que brotaba
de sus ojos. Respiró profundo reteniendo ese aire nuevo que la llenaba. Guardó el pañuelo y dejó correr ese manantial
sanador que tenía guardado desde hacía tanto tiempo sin saberlo, sabía que esta vez esas lágrimas eran de
alegría.
Giró sobre sus talones, y sin mirar atrás
comenzó a caminar asegurando sus pasos hacia una nueva vida.
Sindel Avefénix