En un mundo lleno de cosas y gente excluída, quiero dedicar este grito a todo aquello que excluímos porque lo juzgamos con los ojos y no con el corazón.
Susy
Para el cumpleaños de Fabiana, el papá le trajo de regalo una novedosa muñeca “Cindy”. Era increíblemente hermosa, rubia, de cabello ensortijado, una carita perfecta, y sus brazos y piernas se articulaban como los de una persona. Tenía la piel suave y muy bronceada. Fabi me la prestó un rato y yo no podía dejar de mirarla, de moverle los brazos, e investigarla. Apenas llegué a casa les pedí a mis papás que me compraran una. Ellos me explicaron que esas muñecas eran importadas, y que en ese momento no podían gastar tanto dinero porque a papá lo habían despedido de su empleo. Pero si esperaba hasta Navidad, iban a hacer lo imposible para darme el gusto. Faltaban dos meses para que llegaran las fiestas y yo no dejaba de soñar con tener esa muñeca en mis manos.
Cuando llegó la Navidad en el árbol estaba mi regalo. No aguanté hasta las doce y lo abrí a escondidas para espiar si era lo que tanto esperaba. Mi mamá, que me vio justito, me dijo que ya que había empezado a abrirlo lo hiciera de una vez. Mis manitos arrancaron el papel plateado y descubrieron una caja que decía “Susy, la primer muñeca articulada nacional”. La saqué sin respirar. Era más chiquita que la “Cindy”, pero a simple vista estaba bien. Venía vestida con un conjunto que le cubría los brazos y las piernas, y tenía el cabello recogido en una larga trenza rubia. La verdad, no me gustaba mucho lo que veía, pero la llevé a mi cuarto y empecé a observarla mejor. Le solté la trenza y empecé a peinarla, gran parte del cabello se quedó en el peine, ya habíamos empezado mal. Dejé eso para otro momento y me dediqué a sacarle la ropa para ver como era su piel. Me sorprendió ver que era blanca, y se sentía dura y áspera. Sus brazos se articulaban, pero las articulaciones se veían y eso le daba un aspecto monstruoso. Me puse a llorar, la muñeca era espantosa. Me daba vergüenza tener que mostrarle a mis amigas ese regalo. La dejé a un costado sin mirarla y me fui a dormir.
Al otro día, todas las nenas del barrio sacaban sus “Cindy” a la calle para jugar, yo me hice la tonta y les dije que me la había olvidado en casa. Estaban orgullosas de sus muñecas perfectas, las vestían de novia, de princesa, de señoritas. Cuando llegué a casa mi mamá estaba triste, me preguntó por qué no había llevado mi “Susy” para jugar. Me puse nerviosa y admití que no me había gustado, que era imperfecta y muy diferente a las otras, y que si mis amigas la veían se iban a reir de mí. Y esa fue la primera vez que la vi llorar. Me abrazó fuerte y me pidió perdón por no haber podido comprarme la muñeca que deseaba. Me contó que habían tenido que ahorrar mucho para poder llegar a ésta, y que, tanto ella como papá habían estado contentos de poder hacerlo y darme esa alegría. No dije nada y fui a mi cuarto con un nudo que empezaba por apretarme la panza y me subía hasta el pecho. Me senté en la cama, miré a Susy, que tirada en un rincón me miraba con sus ojos celestes y sus pestañas delineadas. La tomé en mis manos y muy despacito empecé a trenzarle el cabello. Le inventé un peinado alto para disimular la parte que se le había salido. La volví a vestir haciéndole un nudo en la blusa que le daba un aire canchero. ¡No había quedado nada mal! Esa noche la puse en mi cama para dormir.
A partir de ese día la llevaba a todos lados para jugar. Al principio las demás nenas la miraban con asombro, era diferente, pero al tener las articulaciones expuestas tenía mayor amplitud de movimientos, se podía sentar, cruzar las piernas y mantenerse de pie en cualquier actitud que yo deseara. ¡Era la reina de los movimientos! Me divertía mucho con ella, le hacía vestidos, tocados, y carteritas tejidas. Era mi fiel compañera. Para mi cumpleaños, unos meses después, mi papá ya había conseguido empleo. Me sorprendieron con un regalo que no esperaba, una real muñeca “Cindy”. Me sentí muy feliz de poder tenerla por fin entre mis manos, pero cuando la mire, supe que jamás podría llegar a ser como Susy, que con todos sus defectos había logrado instalarse en un lugar muy especial de mi corazón. Quizás, porque me había enseñado que aún siendo imperfecta tenía otras condiciones que me hacían feliz.
A medida que fui creciendo, Susy se fue quedando a mi lado. Cada vez que mi mamá la ponía en el cajón de los juguetes viejos para regalar, yo iba detrás y la rescataba. Hasta que por fin se dio por vencida y terminamos encontrándole juntas un lugar en la repisa donde estaban mis libros de la universidad.
Ahora Susy, que está casi pelada y con un brazo menos, ocupa un estante muy especial, entre los trofeos que ganaron mis hijos en la escuela y la foto de mis viejos.
Más gritos de excluídos en:lo de Gastón D. Avale
Desde chiquitos hay que comenzar a aprender a aceptar al otro sea como sea, provenga de donde provenga. Tu relato muestra de que forma tan sencilla se educa, con una muñeca distinta y con mucho amor.
ResponderEliminarUn abrazo Sindel.
Gracias San, quise mostrar eso justamente, el buscar lo bueno en lo diferente y que no siempre lo perfecto es lo mejor. Hay cosas invisibles que hay que aprender a mirar. Un abrazo.
ResponderEliminarYo tuve la suerte de tener muchas muñecas, algunas articuladas otras no. La mayoría eran rubias y de ojos celestes. Había una bien negra y con ojos muy claros, creo que celestes también y con el pelo corto y con rulos. Entre tantas, era la única distinta, se fue haciendo poco a poco su lugar y lo ocupaba con orgullo. Su diferencia nunca fue causa de exclusión, al contrario, le daba un toque distintivo que remarcaba su personalidad. Yo sentía que así debía ser. La quería por igual, respetando su propia manera de ser. En mi inocencia, esa era una manera de hacer justicia frente a lo que otras nenas miraban de soslayo: una muñeca negra...quién la querría????
ResponderEliminarUn abrazo juevero ...con retraso!
=)
Exactamente eso es lo que quiero mostrar, ya de pequeño uno empieza a excluir lo distinto, lo imperfecto,se deja llevar por lo que dicen todos que es bueno o mejor. Pero a veces no se está en lo cierto. Un beso.
ResponderEliminarHas contado perfectamente esa sensación que ¿todos?, no sé, pero yo he vivido. Esa vergüenza por tener un sucedáneo del producto que a otros encantaba.
ResponderEliminarY lo has resuelto muy bien, sacando ese provecho tan particular a la diferencia de tu muñeca; buscando el lado bueno a ese regalo hecho con amor aunque sin tantos recursos.
Un beso.
te voy a contar un cuento, sindel...
ResponderEliminarhasta donde yo sé, la mayoría de los matrimonios jóvenes de mi pueblo no van a misa y tampoco son creyentes...pero resulta que sus hijos sí que van a las catequesis...es decir, los preparan para que un buen día hagan la comunión...¿por qué? pues por que de no ser así, alguno de esos niños se sentiría diferente a la mayoría...siempre he pensado que eso es indicativo de poco valor por parte de los padres o de que prefieren seguir al rebaño por no dar la cara y decir que sus hijos, algunos de esos hijos, consideran que no deberían de hacer la primera comunión...
medio beso...