Siento un grito aprisionado en la garganta, una opresión
constante de angustia que me carcome el aire. Una necesidad insistente de
arrancarme de raíz el alma y quedarme a solas con mi criterio contemplando la balanza, desnivelada de más
penas que glorias, en la que estoy sumida.
Cargo con una maraña enredada de preguntas que tienen una
sola respuesta. Esa que contiene las palabras convertidas en espinas, y que sin darme respiro se van adentrando en mi
pecho. Esta vez no funcionan las curas paliativas, son tan grandes las heridas,
tan profundas, y están ya tan escarbadas... La sangre se derrama inundando mis manos desesperadas que luchan para detener esa catarata caudalosa de dolor explícito.
Tengo que detener esto, cueste lo que cueste, porque esta vez
es grave, mucho más grave que una simple desolación anunciada de la que no hay
regreso ni recuperación.
Necesito liberar ese grito, dejarlo salir resonando como un
aullido doliente, que se rompan las copas, y vibren los espejos. Y cuando
llegue a destino se convierta en un eco
de miles de gritos guardados durante años, durante todas las batallas perdidas
contra la realidad, durante todas las noches desiertas en las que entretejía
esta soledad enmascarada bajo el ensueño mentiroso de tenerte y no tenerte.
Sindel Avefenix
... desgarrador.
ResponderEliminarun fuerte abrazo.
Tanto el texto como la famosa imagen nos hablan de esos gritos desgarradores que no pueden ser contenidos. Terribles circunstancias que nos encierran y nos destruyen por dentro...parecería que no, pero siempre, a la larga viene después la distensión, el alivio.
ResponderEliminarMuy intenso.
Un abrazo.